lunes, 4 de noviembre de 2019

Crónicas cotidianas: Lunes



En el comedor se escuchan las preguntas de siempre: ¿qué tal el fin de semana?, ¿qué hiciste con tus hijos? ¿Alguien fue al cine? ¿Qué recomiendan?

Por alguna extraña razón nadie responde. Paseamos las lentejas negras de un lado a otro en nuestros platos porque no sabemos bien a bien si combinan con el arroz.

Se intenta cambiar el rumbo de la conversa que es prácticamente inexistente. Pero tampoco funciona nada. Ruidos de cubiertos. Silencio.

Me acuerdo que hoy es lunes y eso lo explica todo. ¿Para qué cambiar la naturaleza de un día?

Por fortuna, me he traído la ropa de correr. Tengo planeado salir y esta comida no me va a quitar las ganas. En la oficina se alargan las tareas, pasa el tiempo, se oscurece de golpe. El viento sopla furioso. Los colegas van abandonando la redacción. Voy a salir a correr, me digo.

Y me siento otra vez en el comedor en esa rara situación donde parece que nada vale la pena.

Me faltan unas pocas correcciones. A esta altura ya sé que no me puedo preguntar si tengo ganas de correr. Tengo los ojos secos, cansados. Me duelen las muñecas. Lo mejor es no preguntarse nada, seguir trabajando, irse a cambiar, salir. Si de plano no se tienen ganas, el cuerpo se va a ir rebelando y entonces uno puede decir que lo intentó pero que no se pudo.

Y así lo hago, yo la gran autómata. Sin darme cuenta me pongo la camiseta, los audífonos, los tenis. No me pregunto siquiera si me apetece correr. Prendo la música. Todo en este día ha pasado sin que yo lo note: el desayuno, contestar correos, la comida, las correcciones, la oscuridad.

Así también, sin notarlo claro está, llego a casa. Corrí sin ritmo, mi gps jamás consiguió activarse. Tal vez porque es lunes y el lunes ensombrece todo.

Menos la sonrisa con la que escribo ahora mismo.

11 grados, lluvioso.

sábado, 24 de agosto de 2019

Ultramaratón, dolor, corazón roto y la cura

La meta: 75 km  (Ultramaratón en Waren, Müritz)

El sábado pasado salí en la motocicleta, 200 kilómetros me separaban de Waren en Müritz, punto de salida para el ultramaratón de 75 kilómetros que había planeado.

Todo bien, encuentro el lugar para recoger el número, he desayunado, mi cuerpo se siente bien. Nada parece poder salir mal. Incluso el clima está a mi favor: 16 grados, nublado.

Una veintena de maratonis y futuros maratonis está lista y emocionada. Todo pasa muy rápido: el regente de la ciudad nos saluda en la línea de salida, se toma la foto y da el disparo de inicio. Lo primero que sucede es que todos activamos nuestros relojes.

Y salimos como si fuéramos a dar un paseo, como si fuéramos tortugas. A diferencia del maratón, sabemos que la carrera no se acaba a los 42, y sabemos que el hombre del martillo… Ya no se encuentra allí sino después.

Es un ultra plano, "fácil" podría decirse. Muchas partes asfaltadas. Pocos desniveles, parte boscosa. Mi cuerpo calienta, está muy feliz. 10 km. Todo en perfecto orden. 20. 30 km. Me siento bien.

En el cuarenta ni me doy cuenta de que lo paso. Apenas le echo una mirada al reloj sobre los 45 km.

Me doy cuenta de que pasé la mitad. Ahora es imposible echarse para atrás y eso me motiva a seguir.
A veces me sigue un chico, a veces lo sigo yo. No dice nada, ni le digo nada, pero vamos juntos muchos kilómetros.

El error (que me rompió el corazón)
Llevo alternando en los puestos de bebidas entre agua y bebida isotónica. Sé que me toca beber isotónica y sé que pronto me dará un poco de hambre porque da la casualidad... que voy mucho más rápido de lo que he planeado: llevo un plus de 30 minutos… En el puesto de hidratación sólo hay refresco de cola y agua. Me digo ¿qué tanto es tantito? y sin mayor empacho me empino todo un vasito de refresco.

Los mandamientos
1. No probarás ropa nueva en distancia larga.
2. Te hidratarás antes de sentirte cansado/-a.
3. No beberás ni comerás nada que no hayas probado en los entrenos.

La debacle
El cuerpo lo sabe. ¿Qué hace de repente ese líquido raro en la tripa? Siento en la panza una piedra. Y pienso: qué no me dé diarrea por favor… Avanzo. No se va esa sensación. El estómago me duele.
Bajo el ritmo... mejora el asunto... Regresa. Es un dolor intermitente.
Pienso: en el próximo puesto tengo que tomar solo agua. Basta de experimentos. Esto tiene que pasar pronto.
En el siguiente, hay agua e isotónica. Me alegro, me llevo un vasito y sigo, pero noto que la panza está tan dura que me da miedo seguir revolviéndola.

Devuelvo el estómago...

Camino.

¿Qué está pasando aquí?

Reinicio. Paro. Reinicio. Camino.

En algún momento se tiene que ir el dolor, ¿o no?

El dolor decide quedarse y por mi cabeza pasan duras palabras contra mí. ¿Cómo pude haber echado a perder 3 meses de entrenamiento con un error taaaaan bobo? Estoy tan cabreada conmigo misma.
Y me da tanta tristeza...

Miro la hora, si sigo caminando -faltan 15 km- llegaré en tres horas. Si se me pasa el dolor, puedo retomar corriendo quizás los últimos 5 km. quién sabe, con un poco de suerte...

Y en mi cabeza las Matemáticas se pasean y me rodean y me quieren hacer olvidar que me arde el estómago y que ya no consigo caminar recto.

Es verdad, estoy mal.

Devuelvo el estómago.

Los salvadores (la cura)

Una familia que está apoyando a su equipo de relevos me ayuda, llama a los paramédicos, se quedan conmigo. Les digo que yo sigo caminando, no puedo parar... Solo me faltan 15 km.

La mujer me mira a los ojos, me toma de los hombros y me dice: Para ti esta competencia se acabó, ¿entiendes?

Su amigo me hace sentar, y cuando me siento, me doy cuenta de que mi cuerpo es una cáscara, que no tiene absolutamente nada de líquidos… Está hueco.
Esperamos a que lleguen a auxiliarme los de Cruz Roja pero... no llegan, tardan 40 minutos. Me da un frío fuerte, la sra. que me auxilia se quita su chaqueta y me la da, también me da sus pantalones. Estamos en alguna parte de la reserva natural del enorme lago Müritz y los rescatistas no pueden pasar. Claro, no hay caminos para ellos.

Mandan a dos motociclistas, que se pierden, luego nos encuentran. Me llevan en la moto, todo el tiempo que nos movemos que son sólo tres kilómetros, voy diciéndome: No lo vomites, no lo vomites, pobre paramédico, no lo vomites. Por fortuna, la tripa me hace caso. Llego bien. Paramos en un pueblito para que me recoja la ambulancia.

Esperamos. Una mujer me da agua, bebo. Y apenas la bebo, desaparece toda.
La mujer me pregunta si estaba corriendo, me dice: Jutta?  Le digo que no, que Jutta es la persona que me ha prestado la chamarra y los pantalones; que yo iba corriendo.

-Te faltó poco. Eres una campeona.
Y me duele en el alma el comentario. Porque mi cabeza sigue mordiéndome y me sigue reclamando: ¿para esto pediste ayuda? Pienso que los paramédicos tardaron tanto que tal vez, sólo tal vez hubiera llegado al kilómetro 63... ¿por qué no?

La ambulancia llama a los motociclistas y dice que no nos encuentra, nos damos cuenta que están esperando en otro pueblo. ¿Estoy en Alemania?, pienso. Y no puedo creer que sean tan... descuidados.

Llaman otra vez: un corredor se ha puesto muy mal y tienen que ir por él antes de pasar por mí. Tardan.

Cuando llegan, miro el reloj: carajo. Entre cruz roja y paramédicos han pasado casi dos horas... Y yo me siento mejor.

Pero mis datos mienten: mi presión está baja. Subo a la ambulancia. Un hombre de 60 o 70 años está en ella con oxígeno.

-¿En qué kilómetro te quedaste? -me pregunta.
-En el sesenta -contesto y casi me tiembla la voz de la tristeza y rabia que siento.
-Yo en el 53 -dice.

Y nos miramos: y sólo nosotros dos podemos entender el sufrimiento del otro. La pérdida, el vacío, el choque que nos está produciendo haber "fallado". Todo el maldito tiempo invertido que le robamos a los amigos y a la familia... ¿no sirvió de nada?

El chico de la ambulancia nos mira, gira la cabeza y dice:
-¡Corredores! Deberían de estar felices de que están bien. Otros no han corrido con tanta suerte hoy.

Y lo dice en un tono, en el que sé que no está mintiendo.

Respiro. Me miden la presión, me hacen preguntas. Sin querer volteo y me miro en el retrovisor.

Sólo en ese momento me doy cuenta: estoy mal. Estoy muy mal. No me reconozco casi de lo pálida que luzco y la cara me ha adelgazado bastante.

Me dicen que debo deber agua y que si consigo beber dos botellitas que me dan sin devolver el estómago, me puedo ir siempre y cuando haya gente esperando por mí.

Llamo a Jutta y me recoge. Se alegra de verme. No me dice que me veo bien, sólo me dice que me veo un poco mejor. Me manda a su casa, donde me ducho, luego me duermo y ya, sobre las ocho, me levanto para cenar. Todos me saludan, me conocen por lo que les ha contado Jutta.

Y me hacen preguntas, no paran de preguntarme cosas, de la carrera, de México, del entrenamiento, de mí...

Y la charla se vuelve amena y no puedo creer que suerte tan grande tengo: estoy con gente amable, que me abre las puertas de su casa, que me invitan para el próximo año … Soy el honguito de la suerte, la verdad.


Despertar
Despierto, las piernas se sienten bien. Estoy que no me lo creo: 60 kilómetros y apenas siento ligerísimos dolores musculares. ¿Es esto verdad? Me levanto, hago un par de sentadillas. Joder, estoy bien. Mi cuerpo aguanto bastante bien los 50 corriendo y los 10 km restantes entre caminando y corriendo.
Desayunamos. Y parto a casa.

Todo el camino agradezco la suerte inmensa que he tenido.
60 km no son tan malos, me digo.

El cielo está escampado, el aire de la autopista me hipnotiza y pienso: la próxima lo tengo que hacer mucho mejor.


Apostilla
Mi cuerpo regresa a mí: dos caminatas con mi perrita de 2 horas cada una.
Ayer 8 km
Hoy 10 km
Después de la carrera, es antes de la carrera
Pero esta vez me prepararé mejor, no correré como chiva loca agotando toooodas sus reservas. Esta vez fortaleceré también la cabeza y haré estrategia. Es una cuestión de tiempo y disciplina... Paciencia, esta vez no era tu turno.

domingo, 16 de septiembre de 2018

5 Cosas que cambian cuando sales a correr con perro

En las últimas ocasiones he tenido la oportunidad y la fortuna de salir acompañada por Mala Rodríguez, mi mascota. Con dos años recién cumplidos y una batería que se recarga continuamente es la mejor compañera que pueda desear una corredora.

Aquí resumo cómo ha influenciado mi manera de correr.

1. Mi equipo y accesorios: ya no veo la necesidad de salir con reloj deportivo (éste se queda en casa). Pero dos accesorios imprescindibles han llegado a la rutina: su correa y las bolsitas para llevar la caca que hace (a las cosas por su nombre).

2. Mi entrenamiento: cuidar de Mala hace que ponga atención a otras cosas y que de repente el reloj celador de cuanto paso doy, me sea completamente prescindible. Mala lo sustituye por una buena dosis de sorpresa: con ella no se puede planear todo. De repente, te exige un sprint que te saca de ritmo y que te hace soñar que todavía tienes treinta y que puedes correr como una salvaje a su lado -olvidando, claro está, que al día siguiente los dolores musculares van a pulular por todo el cuerpo. O te hace volver sobre tus pasos, o hace de un trote corto uno que se extiende al infinito -porque si hay algo que no se puede hacer en este mundo es romperle el corazón a un perro y cortarle el paseo cuando más lo disfruta.

3. Mi ego: es posiblemente lo que más ha cambiado, no importa cuánto intente cansarla, siempre tendrá más batería que yo aunque me permita ganarle en uno que otro sprint. Creo que se ha dado cuenta de que intento vencerla al menos en uno y a veces, como si me leyera la mente, frena y me deja ganar. Mala me ha enseñado que eso del ego bien que se puede hacer bolita como si fuera papel y tirarlo a la basura. No sirve para nada al correr. Y menos en las escaleras...

4. El trayecto: Sí, es práctico tener un trayecto fijo, se sabe distancia y el cuerpo está como en automático... Pero con Mala eso vaya que es aburrido. Gracias a su colita sé que debo salir de la rutina y entocnes debo esforzarme por buscar trayectos nuevos. Si su colita se mueve, es porque ella está emocionada y entonces se pone a oler todo cuanto estamos atravesando con una pasión que es difícil de transmitir pero que me contagia y me alegra enormemente. Salir de mis rumbos me hizo ver cuán rápido se está gentrificando mi barrio, lo que es un aspecto negativo. Pero también me hizo rever las calles, los parques, la arquitectura de la ciudad. Me hizo redisfrutar el paisaje, los peatones. Me hizo pues, reabrir los ojos a la rutina y eso curiosamente lo sintió mi cuerpo: "¡Ajá! ¡De eso se trataba correr! De moverse y no sólo en el cuerpo, también en la cabeza, en la mente.

5. Correr mismo: Esto me lleva al quinto punto que es el más importante. Mala me obligó a cuestionarme por qué me gusta correr. Me recordó que antes que una rutina, o una manera de mantenerse sano, correr es algo que me da placer, correr es mi afición y esa es la primera razón por la que sigo practicando este deporte. Y cuidar de eso no siempre es gratuito. Ayer que venía con Mala a toda velocidad (mi máxima velocidad, no la suya, por supuesto) lo recordé de la mejor manera posible: con el pulso agitadísimo, la respiración descontrolada y unas ganas de volver a salir como hace mucho no tenía.

Gracias, Mala, mi entrenadora personal.

sábado, 24 de marzo de 2018

No hay fecha que no llegue y promesa que no se cumpla.

Después de dos intentos fallidos... Por fin paso la barrera de los 42 km y llego a los 50.
Para ello escogí por cuestiones de logística algo cercano a Berlín: Grünheide/Störitz. Un evento con un prestigio consolidado en Berlín y alrededores.

En noviembre, cuando leo la descripción de la ruta, inmediatamente cierro la página y busco otro evento. No hay en las fechas que quiero correr, 24 o 25.03. La alternativa (Darmstadt) me queda muy lejos para un fin de semana.

En diciembre me empiezo a familiarizar con la idea, tal vez algún amigo se deja persuadir y corre conmigo. No se dejan. Se defienden ferozmente, pero me apoyan corriendo y se agradece cuando salgo y una charla ameniza las tiradas largas.

La carrera de Grünheide en realidad es de 100 km y 12 horas corriendo. Pero para esas especialidades todavía no estoy lista en la cabeza, todavía le tengo mucho respeto a esas distancias. Me apunto finalmente porque no hay tantas opciones.

Voy a hacer diez veces una ruta de cinco kilómetros: qué hueva. Me los imagino tortuosos, repetitivos, aburridos. Mi consuelo es que los de 100 km tienen que hacer el doble de vueltas. :-)

Llega la hora, arribo un día antes con transporte público, el tren llega tres minutos tarde. Corro hacia el bus y el chofer me cierra las puertas en la cara y se va. Excelente. Era el último. Camino 7 km hasta Störitzland. No hay taxis ni nada. Me odio un poco por no haber alquilado un auto. Odio al chofer del bus. Pero un peatón me sale por el camino y me orienta. Menos mal no estoy tan perdida.

Voy a dormir a las nueve de la noche. Todas las habitaciones son de madera. Por la noche no paran de crujir las paredes. La vecina de la otra habitación se cabrea porque no puede dormir. Se queja y en algún momento se escucha una voz de otra persona: "que se callen, se oye todo, no sólo los crujidos".

Me despierto a las 23, a las 2, a las 3, a las cuatro. Voy a desayunar. Me siento nerviosa, de una manera nueva. Voy por mi número, 848, excelente. Me encantan los cuatros y los ochos en dorsales. Quince minutos después empieza la carrera: 1 grado, sin viento.

Primera vuelta en 31 minutos. Segunda vuelta en 30. Se acerca un corredor y va conmigo la tercera vuelta, vamos charlando. Y de repente siento la tripa medio activa. Es verdad: es mi tripa. Tengo que hacer pausa técnica.

Siguientes vueltas me siento mucho mejor y hasta me atrevo a picotear por allí: nos dan manzana, plátano, chocolate, pan, pan con grasa que casi me hace vomitar (guácala), pepinos en vinagre (claro, estamos cerca de una zona muy conocida por sus pepinillos: Spreewald).

Siento que comienzo a rebasar chicas en mi categoría. El primer lugar me rebasa por segunda vez. :-)
Por la vuelta 8 el segundo lugar me rebasa y escucho por ahí que ya está terminando. Me siento un poco molesta porque estoy muy cansada ya del cuerpo pero la respiración me da para mucho más: es como si hubiera acostumbrado a mi cabeza a correr un trayecto largo pero hubiera un desface entre mi mente y lo que puede hacer mi cuerpo, pienso que tal vez debería consultar planes de ultra y no hacer derivaciones interpretativas yo. La novena vuelta me regresa el buen humor porque ya nada más faltan 9 km. 8 km.... Por alguna extraña razón, los kilómetros se alargan y mis pasos se acortan. El hombre del martillo está por ahí merodéandome. Sólo me ha golpeado una vez en carreras, mi segundo maratón, y ha sido suficiente. Última vuelta: siento los pasos cortos cortos. Y pienso que no puedo bajar velocidad; si lo hago entonces voy a tardar más en llegar y poder descansar. Eso sí que no. Cuando termino mi décima vuelta escucho: que terminé y que soy tercera. Pienso: tercera de mi clase. Nop. De las 11 chicas que participaron (sí, la cantidad de mujeres es mínima). Mi entrenamiento dio para tercer lugar. Subo al podio. Me dan un reconocimiento. Y a pesar de que el tiempo que conseguí es bastante decepcionante para podio, lo acepto con gusto pero por ese otro trabajo que tuve que hacer paralelamente en mí para superar cuestiones privadas y así volver a correr. Por eso sí lo merezco.

Se acabó. Me acuerdo tanto de mi padre. Tanto. En 2014 quise correr un ultramaratón a su lado y no me salieron los planes. Estaría feliz ahora y... ya sé qué me diría: ¿por qué tardaste tanto en volver a intentar?



domingo, 19 de noviembre de 2017

ODIN en el Cerro de la Estrella

Participé en la carrera de la empresa ODIN este 18 de noviembre en el Cerro de la Estrella. Familiares cinco kilómetros con una excelente altimetría: como me gustan los trayectos campo traviesa: duros y escarpados.

Cinco kilómetros catárticos que me permitieron extender lazos entre mi familia paterna. Porque todos perdimos lo mismo (ya sea un maestro, abuelo, padre, hijo, hermano, tío). Y el sentimiento de unión y dolor es el mismo. Y en su misma naturaleza nos une a salir a correr. Por él.

Por mi padre.
Quizás era su sueño que estuviéramos juntos. Este sábado nos unió. Sigue aquí.

Gracias.



domingo, 16 de abril de 2017

Next stop: Tiste (Baja Sajonia) | Pantano, hoguera, Cola-Korn y 25 km en el bolsillo

Tiste

El periodo de Pascuas lo paso en Baja Sajonia. Me invitan a Tiste (que incluso tiene una página propia en Internet, picar aquí), una población que será un poco difícil de ubicar en los mapas y cuenta con poco más de ochocientas personas.  Es una zona de pantano y de turba (carbón fósil formado de residuos vegetales). Y justamente estas dos palabras que aquí aparecen en todos los letreros me suenan bastante bien en sus equivalentes alemanes, Moor y Torf.

Por estos lares se hacen hogueras por Pascuas (Osterfeuer), cuando comienza a oscurecer salen los lugareños a apreciar el fuego. Y pasan el tiempo tomando cervecita o un cola-korn (bebida destilada alemana fabricada a partir del centeno). El cielo está escampado, todo el día ha soplado el viento. Una de estrellas desperdigadas por el firmamento completan la noche. Se nota que vivir en ciudad tiene sus contras. Aquí hay silencio, hay estrellas, el aire es endemoniadamente más ligero y limpio. Y la cerveza sólo cuesta un eurito.







Hoy domingo sólo toca apagar motores. Aquí termino propiamente el entrenamiento para Madrid y espero que haya sido suficiente. El viento sigue soplando igual que ayer y es imposible predecir qué tiempo hará en la siguiente media hora. Las nubes se mueven de un lado para otro y el sol aparece y se va intermitente. Apagando motores...


domingo, 19 de marzo de 2017

Un dinosaurio en la ciudad

Ya va para un año que vivo en Moabit, una parte de Berlín que se asocia mucho a extranjeros, caos, subcultura.

A mí me encanta vivir en este barrio con estructura de isla, protegido de todos pero a un paso de todo.
Ayer mientras salía a correr un poco, me salió un dinosaurio en el camino. Posiblemente todos los peatones y corredores estábamos igual de embelesados. Tal vez era el sol preprimaveral, o quizás era esa figura rara extinta, que paseaba al lado del río Spree.

Berlín nos empujaba a volver a casa, pero la mayoría teníamos tanta saudade de sol, que nos quedamos fuera a caminar o correr, je nachdem.