sábado, 24 de marzo de 2018

No hay fecha que no llegue y promesa que no se cumpla.

Después de dos intentos fallidos... Por fin paso la barrera de los 42 km y llego a los 50.
Para ello escogí por cuestiones de logística algo cercano a Berlín: Grünheide/Störitz. Un evento con un prestigio consolidado en Berlín y alrededores.

En noviembre, cuando leo la descripción de la ruta, inmediatamente cierro la página y busco otro evento. No hay en las fechas que quiero correr, 24 o 25.03. La alternativa (Darmstadt) me queda muy lejos para un fin de semana.

En diciembre me empiezo a familiarizar con la idea, tal vez algún amigo se deja persuadir y corre conmigo. No se dejan. Se defienden ferozmente, pero me apoyan corriendo y se agradece cuando salgo y una charla ameniza las tiradas largas.

La carrera de Grünheide en realidad es de 100 km y 12 horas corriendo. Pero para esas especialidades todavía no estoy lista en la cabeza, todavía le tengo mucho respeto a esas distancias. Me apunto finalmente porque no hay tantas opciones.

Voy a hacer diez veces una ruta de cinco kilómetros: qué hueva. Me los imagino tortuosos, repetitivos, aburridos. Mi consuelo es que los de 100 km tienen que hacer el doble de vueltas. :-)

Llega la hora, arribo un día antes con transporte público, el tren llega tres minutos tarde. Corro hacia el bus y el chofer me cierra las puertas en la cara y se va. Excelente. Era el último. Camino 7 km hasta Störitzland. No hay taxis ni nada. Me odio un poco por no haber alquilado un auto. Odio al chofer del bus. Pero un peatón me sale por el camino y me orienta. Menos mal no estoy tan perdida.

Voy a dormir a las nueve de la noche. Todas las habitaciones son de madera. Por la noche no paran de crujir las paredes. La vecina de la otra habitación se cabrea porque no puede dormir. Se queja y en algún momento se escucha una voz de otra persona: "que se callen, se oye todo, no sólo los crujidos".

Me despierto a las 23, a las 2, a las 3, a las cuatro. Voy a desayunar. Me siento nerviosa, de una manera nueva. Voy por mi número, 848, excelente. Me encantan los cuatros y los ochos en dorsales. Quince minutos después empieza la carrera: 1 grado, sin viento.

Primera vuelta en 31 minutos. Segunda vuelta en 30. Se acerca un corredor y va conmigo la tercera vuelta, vamos charlando. Y de repente siento la tripa medio activa. Es verdad: es mi tripa. Tengo que hacer pausa técnica.

Siguientes vueltas me siento mucho mejor y hasta me atrevo a picotear por allí: nos dan manzana, plátano, chocolate, pan, pan con grasa que casi me hace vomitar (guácala), pepinos en vinagre (claro, estamos cerca de una zona muy conocida por sus pepinillos: Spreewald).

Siento que comienzo a rebasar chicas en mi categoría. El primer lugar me rebasa por segunda vez. :-)
Por la vuelta 8 el segundo lugar me rebasa y escucho por ahí que ya está terminando. Me siento un poco molesta porque estoy muy cansada ya del cuerpo pero la respiración me da para mucho más: es como si hubiera acostumbrado a mi cabeza a correr un trayecto largo pero hubiera un desface entre mi mente y lo que puede hacer mi cuerpo, pienso que tal vez debería consultar planes de ultra y no hacer derivaciones interpretativas yo. La novena vuelta me regresa el buen humor porque ya nada más faltan 9 km. 8 km.... Por alguna extraña razón, los kilómetros se alargan y mis pasos se acortan. El hombre del martillo está por ahí merodéandome. Sólo me ha golpeado una vez en carreras, mi segundo maratón, y ha sido suficiente. Última vuelta: siento los pasos cortos cortos. Y pienso que no puedo bajar velocidad; si lo hago entonces voy a tardar más en llegar y poder descansar. Eso sí que no. Cuando termino mi décima vuelta escucho: que terminé y que soy tercera. Pienso: tercera de mi clase. Nop. De las 11 chicas que participaron (sí, la cantidad de mujeres es mínima). Mi entrenamiento dio para tercer lugar. Subo al podio. Me dan un reconocimiento. Y a pesar de que el tiempo que conseguí es bastante decepcionante para podio, lo acepto con gusto pero por ese otro trabajo que tuve que hacer paralelamente en mí para superar cuestiones privadas y así volver a correr. Por eso sí lo merezco.

Se acabó. Me acuerdo tanto de mi padre. Tanto. En 2014 quise correr un ultramaratón a su lado y no me salieron los planes. Estaría feliz ahora y... ya sé qué me diría: ¿por qué tardaste tanto en volver a intentar?



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