jueves, 31 de enero de 2013

Por eso salgo a correr, porque me encuentro.

Una mala noticia que me derriba y me deja presa de una tristeza que no puedo sentir más que en el pecho. Pero salgo. Me pongo las zapatillas y pienso en ti. Y me pongo el gorro. Una, dos, tres veces hasta que consigo coordinar movimiento y deseo.
Y salgo, y el dolor se expande, y el dolor se me va a los hombros, se me inserta en la piel. Lo exhalo en sudor. Me agarra los muslos. Me llega hasta los tobillos. Y mi dolor circula. Se deshace el ovillo. Estás allí, bombardeándome de tantos recuerdos agradables, entrañables.
Estás ahí.
Y mi dolor me mueve, y las lágrimas ya no lo expresan, sino lo expresa el ritmo, el movimiento, el esfuerzo. El cuerpo.

Sigues allí, transformado en cariño.
A tu nombre, abuelo.


Por eso salgo a correr, porque correr -pensando que es una huida- me regresa a mí y me ordena.

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