Y salgo, y el dolor se expande, y el dolor se me va a los hombros, se me inserta en la piel. Lo exhalo en sudor. Me agarra los muslos. Me llega hasta los tobillos. Y mi dolor circula. Se deshace el ovillo. Estás allí, bombardeándome de tantos recuerdos agradables, entrañables.
Estás ahí.
Y mi dolor me mueve, y las lágrimas ya no lo expresan, sino lo expresa el ritmo, el movimiento, el esfuerzo. El cuerpo.
Sigues allí, transformado en cariño.
A tu nombre, abuelo.
Por eso salgo a correr, porque correr -pensando que es una huida- me regresa a mí y me ordena.