martes, 10 de junio de 2014

He pecado

Confieso a la comunidad de corredores que he pecado de palabra, obra y omisión. Un spleen grisáceo se apoderó de mi ánimo el sábado pasado. Me levanté porque había que abandonar la cama. Me puse las zapatillas pero en ningún momento logré deshacerme de ese estado de aburrición y desgano.
El cielo nublado, el sol desaparecido, secuestrado. El ambiente húmedo, ligero, limpio.

Yo no quiero correr.
No quiero.
No lo haré.

Punto.

Se acabó. A la mierda el entrenamiento de hoy.

Cinco kilómetros. Con un carajo, ¿qué hago aquí? ¿Para qué?

Diez kilómetros.
Vaya, se siente otra vez esa paz al correr.

Quince kilómetros... ¿me habrá escuchado el dios de los corredores? No hablaba en serio, no lo pensaba en serio. Fue un desliz, perdí la fe unas horas solamente. Siento vergüenza por toda esta sensación de bienestar que se apodera de mi cuerpo, porque renegué de ella.

Perdí la fe y sentía que nada iba a cambiar mi ánimo.
Pero ella llegó otra vez, puntual, precisa: esa damita que se llama paz y que sólo me la da el correr. Sólo ella y yo lo sabemos.

Sólo ella y yo.

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