Uno de los maratones que se había vuelto como el sueño acaramelado y suavecito de cualquier maratonista o ya-casi-maratonista se vio brutalmente manchado ayer.
Los medios, como siempre, sacando jugo hasta la última gota de sudor (y sangre desgraciadamente) al evento. Morbo mundial.
Bombas en el maratón de Boston. Como si fuera una pesadilla. Dos alas negras bajan y ensucian todo. Y pienso en Murakami y pienso en ese sueño roto de tantos y en la circunstancia y la coincidencia.
¿Por qué?
Pero no hay que dejar de correr, porque si uno lo deja, entonces ellos ganan y avanzan. Hay que salir más, hay que dejarnos ver. Hay que inscribirnos en más eventos públicos y decirles a esos hijoeputas que no tenemos miedo, que por eso somos corredores, porque somos libres.