antes del maratón.
No. No me salieron alitas de superheroína después de concluir mi primer maratón.
Tampoco me salió un aura de pureza y poderes paranormales. No tuve un high deportivo. No tuve ninguna descarga incontrolable de alegría al llegar a la meta ni me desvanecí.
Llegué.
Llegué con la rodilla lastimada de una lesión que me venía ya dando problemas de un tiempo atrás.
Y luego me sumí en una depresión total. Llegar a la meta para mí fue más bien un tipo de shock. No hubo nada que me indicara: justo aquí mi cuerpo supo: fueron 42 kilómetros.
Pero terminé. No hubo dolores en el kilómetro 30, ni en el 35. Y entonces me dio un pánico: si no pasa nada, entonces es que voy muy lento y me puse a correr más rápido. La rodilla no paraba de molestar y corrí más rápido aún.
Y llegué.
Pero no acabó nada, porque seguiré saliendo a correr porque es lo que me da placer, porque es lo que me gusta. Tal vez probaré otro maratón, en mis tierras, en México. Tal vez incluso en Madrid...
Aquí no ha acabado nada.
Sólo está tomando su ritmo.